top of page

La ofrenda de La Madre

"Dios usa el Seudónimo de Diablo. Cuando no quiere machar su nombre" Facundo Cabral.


Diario Personal.

Página 227.

Rabat.

Protectorado Francés de Marruecos. 24 de septiembre de 1914.

Mi peregrinación hacia la trascendencia es cada vez más oscura. Más tortuosa. La solemnidad de lo que fue un propósito que me tracé hace más de una década sigue allí. Firme como roca. Latente en cada palpitar de mi corazón. Edificada perfectamente en cada rincón de mi alma. Visualizada en cada pensamiento de mi mente. Admirada en mis más surrealistas sueños. O aterradora mis frecuentes pesadillas. Pero allí estaba. A pesar de todo. De la luz y de la oscuridad que han guiado mis pasos a lo largo de mi vida. Estaba allí. Listo para reclamar lo que me pertenecía. Listo para asumir mi destino y cumplir mi propósito. El poder era mío. Solo tenía que alargar mi mano y tomarlo por la fuerza.

Han pasado trece años desde que vi a Lucifer. Si se puede decir que lo he visto. Ya no estoy muy seguro de que quede algo de aquel joven curioso y tímido ante la presencia de la inmortalidad misma. Ahora soy otro hombre. Uno que no quiere conformarse con serlo. Un hombre que quiere ser Dios ¿Por qué no? ¿Por qué no querer ser el maestro de todo lo que se mueve? Después de todo El hombre fue quien llevó a Dios al poder. Le dio su fe. Le dedicó su existencia. Cada pensamiento surgido de aquellas decenas de millones patéticas y desesperanzadas vidas, buscando un sentido de propósito. El ser humano no pudo comprender la razón de su respirar y edificó tótems, llenos de abstracción esperando que el delirio le respondiera lo que el sentido común no pudo.

Esta idea de trascender de la humanidad. De abandonar la insignificancia y patética existencia mortal que caracteriza al hombre, ha sido una idea que ha vivido en mi cabeza por muchos años ya. Desde aquel momento. En que estreché mis manos con el príncipe de las tinieblas. Lo había sentido. Debía ser como él. Debía emular los pasos de quien, a mi juicio, es la entidad más sabia del universo mismo. Despreciado por preferir vivir en la oscuridad y por observar a través de sus ojos los nuestros. Vacíos. Irrelevantes. Ordinarios. Así que me despojé de cualquier cosa corriente que podía poseer y me enrumbé en los caminos de la magia negra. Lucifer era mi maestro. Mi mentor y me guiaría a través de mis distintas peregrinaciones a lo largo de este pedazo de universo olvidado por los Dioses. Para erigirme como el elegido. Como alguna vez el mismo me llamó en nuestro encuentro.

El problema principal fue que no volví a verlo desde aquella cena que compartimos. El Maestro de luz, se negaba a atender mis llamados. No hubo ritual. Ni magia negra, ni comunicación con el inframundo que hiciera posible nuestro reencuentro. Estaba solo. Es por eso que decidí viajar a través del mundo en busca de respuestas que me llevaran hacia él. De alguna manera, sentía que me llamaba. Pero que yo debía ser quien lo encontrara esta vez.

Tras mucho andar. Y luego de un sinfín de Magia negra (De la cuál no daré detalles en este escrito) Pude alcanzar a comunicarme con uno de sus siervos más leales y antiguos. Sin rodeos. Sin banalidades. Se me explicó que no era digno de volver a verlo hasta que hubiese completado mi misión. Mi tarea. El primer paso que requería para adquirir la gracia de la oscuridad y volver a donde pertenecía. Pero esta vez más fuerte. Sabio e invencible.

Por más de una década, he cumplido cada una de las misiones asignadas en mi trayecto hacia el poder. He participado en todo tipo de eventos rituales. Magia negra. Necromancia. Orgías y sacrificios en busca de estar un poco más conectado en la niebla que significa mi trascendencia.

Es mi constancia la que me ha traído a aquí a Rabat. Se me comunicó que el resultado de este trabajo me elevaría al status de “Sumo Sacerdote” Sería un emisario del mismísimo príncipe oscuro en la tierra y tendría seguidores quienes me ayudarían a esparcir la idea de este nuevo orden que se cierne sobre todos nosotros.

La tarea era encabezar yo mismo el sacrificio de 7 vírgenes escogidas por el círculo infernal. Un grupo de entidades oscuras tan antigua como Lucifer mismo. Los días transcurrieron y paulatinamente fui completando mi tarea. Al cabo de dos semanas. Ya seis de las ofrendas habían sido ejecutadas. Faltaba una. Una que por razones que desconocía. Siempre lograba escapar de mí.

Los rituales debían ser individuales. A diferencia de muchas otras ofrendas en las que había participado a lo largo de los años. Cada virgen debía ser ofrendada personalmente. Debía levantarse un altar rodeado de siete velas negras y un cáliz para colectar la sangre derramada de cada una. Adicionalmente. El mensajero de Lucifer. Quién se había comunicado conmigo a través de distintos sueños e indicios oscuros que solamente la experiencia me ha otorgado la capacidad de leer. Me instruyó a la creación de una daga personalizada. Protegida contra todo mal preparado de los enemigos de la causa. Y grabado el sello del averno en su hoja.

Una por una. Fui cazando y dándolas en ofrendas, tal cual se me había indicado. Las sostenía en mis brazos y posteriormente procedía a usar mi daga oscura en sus gargantas. Recogiendo su sangre en el cáliz bendecido por las fuerzas de la muerte y la conquista. Luego al finalizar la ofrenda debía beber de la sangre de cada una de las vírgenes.

Ya había participado en ofrendas de vida anteriormente. Por lo cual, ya mi pulso había perdido el temor de lo que significaba arrebatar un alma. Sin embargo. Esta experiencia había sido diferente. Llena de terror. Llena de emoción. Llena de poder. Nada. Ningún placer carnal del ser humano que haya podido experimentar se comparaba al éxtasis que recorría mi cuerpo al desangrar cada joven virgen en sacrificio. La plenitud que abordaba mi espíritu al momento de beber de ellas o la paz que sentía al momento de cerrar el sacrificio incinerando sus cuerpos. Me sentía poderoso. Me sentía vivo. Me sentía sobrehumano. Así que ya podía notar que esta era la senda que debía recorrer si quería alcanzar mi meta.

Sin embargo, no contaría con el hecho de que la séptima y última virgen que debía ser sacrificada. Me había resultado particularmente esquiva. Por varios días. Estuve siguiéndola. Acechándola. Buscando el modo correcto para atraerla hacia mí. Pero siempre fracasaba en el intento. No podía abandonar el país sin completar mi tarea. Era todo o nada.

Mi frustración a lo largo de los días era más que evidente. En las noches el insomnio me llevaba a buscar distracción escribiendo algún poema. Recordando mi antiguo hogar. Mi antigua esposa. Rose. Y mi difunta hija. Nuit. Es increíble notar como a pesar de ser ya 8 años. Aún la veo tan clara como el agua matutina que fluye a través de las fuentes de París.

Aún podía verla en cada esquina. En cada lugar donde me encontrara. Lo que empezaba como una visión tranquila. Mi pequeña acostada en su cuna. Se convertía eventualmente en una escena grotesca. Podía observar como poco a poco la cuna se inundaba de sangre. Ahogándola lenta y dolorosamente. Cada vez que experimentaba semejante ilusión, sentía la agonía. La asfixia y el terror de una pequeña inocente. Inocente de todo. De Dioses. De demonios. De mí.

Desperté envuelto en mis sábanas. Cubierto en el sudor del suplicio de tener que volver a contemplar en los rincones de mi mente una ilusión tan perturbadora. Pero no era la primera vez. Ya había pasado por esto. Tantas veces, que tuve la entereza suficiente para reaccionar rápidamente y sentarme al borde de la cama.

Tras esta breve, repetitiva y contundente pesadilla. Una revelación había acudido a mí en forma instantánea. De la misma manera en la que siempre me he sentido conectado con mi mentor. Y decidí inexplicablemente salir a la calle en plena madrugada. Caminé por más de una hora, deambulando como alma en pena perpetua del purgatorio. Hasta que observé en la calle como una mujer me miraba fijamente. Con mirada profunda y de extraña familiaridad. Podía percibir que de alguna manera. Me conocía. Salvo que yo no podía reconocerla.

Intenté acercarme hacia ella. Pero ella se dio la vuelta y siguió caminando. No sin antes voltear a verme. Como indicando que la siguiera. Así que eso hice. Caminé tras ella por un callejón bastante frío y oscuro que nos llevó hacia una pequeña casa. Cuya fachada se encontraba prácticamente en ruinas. La misteriosa mujer entró y dejó la puerta abierta. En un claro gesto de invitación a pasar. Gesto que fue respondido de mi parte afirmativamente.

A medida que daba más pasos podía sentir como los males de mi cabeza jugaban en mí contra. Aún tenía visiones de la cuna ensangrentada de Nuit. Escuchaba los gritos de dolor de su madre. Esos que por más que intenté detener. Nunca cesaron. Los que me grabaron perpetuamente el final de la línea que delineaba mi existencia. Empecé a tener destellos de memoria y recordaba abruptamente cada una de mis víctimas. De mis sacrificios ofrecidos al pasar de los años. Las expresiones de horror y tristeza de cada una de las jóvenes inmaculadas que fui ofrendando al príncipe de las tinieblas. Los litros de sangre confluyendo en un torrente único de vida derramada.

Por un momento sentí que tantos recuerdos saliendo a flote, ocasionarían que colapsara por completo. Dando lugar a que desistiera de caminar, de seguir recorriendo el interior de la casa y volver a la posada donde me encontraba alojado. Sin embargo, respiré profundamente y me dispuse a dar un par de pasos hacia adelante.

Irónicamente. La oscuridad de la noche en Rabat parecía haber desaparecido en el interior de la casa. Pequeña. Caótica. Pero con una iluminación poderosa. Caminé a través de la pequeña sala de estar y pude entonces escuchar al otro extremo de la casa su voz:

-- Hola Edward. -- Dijo con tono muy calmado.

Volteé lentamente, para luego verla sentada frente a mí. Con los brazos cruzados. Seguía mirándome tan fijamente que cualquier hombre podía sentirse intimidado de la retórica mirada de la mujer.

--¿Quién eres? Ese no es mi nombre. --Dije algo dubitativo ante tal comentario.

-- Oh. Si lo es. Edward. Te conozco muy bien. Se quien eres y lo que haces. --

La Joven me miraba con un semblante completamente lleno de seguridad. De confianza y en algún punto de la situación llegué a pensar que hasta de burla.

--Nadie me llama de esa manera. Mi nombre es…--

--Aleister. Lo sé. Ese fue el nombre que te pusiste para no tener que llevar el odiado nombre de tu padre. Esperabas ser distinto a él ¿No es cierto? Vaya infancia Edward. Si que no la tuviste fácil. --

Me quedé callado ante la afirmación de la joven. Efectivamente era cierto. Edward Alexander Crowley. Ese era mi nombre. El nombre que mi madre había decidido otorgarme en honor su esposo. Mi padre. Un ser vil, violento y despreciable. Uno que hasta el sol de hoy sólo me produce náuseas. La razón por la que decidí dejar atrás todo. La primera vez que hui de mi mismo. La primera vez que tuve contacto con la oscuridad.

Me detuve por un segundo a contemplar a la joven. Vestida completamente de blanco. Con vestido muy bonito, a decir verdad. Con una hermosa piel morena. Un cabello negro como el azabache. Liso y brillante. Y esos ojos. Esos enormes y verdes ojos. Que le daban la apariencia de estar contemplando algo más allá de mi carne y hueso. Como si estuviese viendo mi alma. Me sentí de algún modo desnudo ante tan profunda mirada.

--Voy a repetirlo una vez más. ¿Quién eres? – Pregunté sin mayores ideas de que decir ante su silencio.

La joven sonrió levemente e hizo un gesto de incomprensión hacia mis palabras.

--Es raro. Tanto tiempo. Tantos ciclos de vida que he presenciado a través de los milenios. Tantos rostros. Tantos ojos y yo sigo siendo capaz de reconocer a cada uno de ustedes. Mientras ustedes cada vez son menos los que pueden verme a los ojos y reconocerme. – Dijo en un tono de voz lleno de calidez emocional.

No podía entender nada. La joven no mostraba miedo. Estaba completamente inquebrantable. Llena de paz y hasta podía pensar que cómoda hablando conmigo.

--Perdona si te resulto escaso en mis modales jovencita. Pero me urge saber quién eres. Y la razón por la que estamos ambos aquí. --

--Soy tu último sacrificio Edward. Has venido a ofrecer mi vida en el altar de ofrendas a tu Dios. – Respondió sin pestañear alguna vez mientras lo decía. Su mirada fija seguía en mí. Nada la distraía.

--Yo no tengo Dios. Solo un Maestro. – Respondí de manera cortante ante la incomodidad que empezaba a fluir en la situación.

--Mi querido Edward. Todos los hombres tienen un Dios. El hombre nació para servir al propósito del Dios que creó. Su fe en nosotros. Los fortalece de la misma manera en que nos alimenta a lo largo del tiempo. – Dijo en una manera en exceso pedagógica. Como quien le explica de forma infantil a un niño algún asunto más allá de su comprensión.

--Yo busco ser mi propio Dios. Y ¿No son los Dioses los que crean al hombre? A su imagen y semejanza. ¿No es así? --

--¿Quién fue primero? ¿El huevo o La gallina? —Sentenció la joven mientras se levantaba de la silla y se dio vuelta hacia una pequeña cocina que estaba allí. Tomó una tetera y empezó servirse té en una pequeña. Simple pero llamativa taza. Llena de colores vivos.

--La verdad Edward es que Los Dioses no existen sin el hombre. Ni el hombre sin Dioses. Somos dos hilos finos entrelazados. No puedes aspirar a cortar uno sin hacerlo con el otro también. --

--¿Somos? ¿Eres un Dios? —Pregunté con total incredulidad. --

--Soy lo que quieres que sea Edward. —Dijo mientras empezaba a dar sorbos complacida y se dispuso a servirme una taza. --Ese es el punto. Estoy aquí porque tienes el poder. Siempre has tenido el poder. Y lo has reflejado esta noche al venir aquí. Pensé que te volverías loco al fallar una y otra vez tu encomienda de encontrar la séptima virgen de Rabat que debía ser cosechada para tu amo. Pero como siempre admiré en ti. Tu perseverancia es digna de un escultor. No importa el detalle ni el tiempo. Sino la obra.--

Empecé a dudar de la veracidad de sus palabras. La joven que había estado acechando hace algunos días no era ella. No tenía esos mismos rasgos físicos--

Mientes. —Alcé la voz con impaciencia.

– La séptima virgen de la lista era una joven a las afueras de la ciudad. Y se notaba un poco mayor de lo que pareces tú. --

—Edward. ¿No te pareció raro que hayas sido especialmente eficiente en las ofrendas anteriores y encontrarme se te haya hecho tan difícil? Te lo dije ya. Son muchos rostros. Muchos ojos. No me conformo con estar en la misma apariencia por mucho tiempo. Eso varía debido a muchas cosas. Los deseos de quien me buscan, sobre todo. Son determinantes a la hora de mostrarme. --

-

-¿Cómo es que sabes tanto de mí? ¿Por qué has estado jugando conmigo estos días entonces? --

¿Acaso crees que la única entidad inmortal que te ve es Lucifer? No Edward. Yo te conozco. Mucho antes de que el pusiera tus ojos en ti. Te conozco desde el primer momento en que hiciste algún sonido en esta tierra. Cuando no eras más que un simple fruto surgido del árbol donde él y yo vemos caer manzanas una y otra vez.--

--No me llames Edward por favor. --

--¡Pero si ese es tu nombre! —Exclamó. – Si realmente estás en busca de tu camino hacia el poder de Dios. No puedes ser un ignorante que dude de su identidad. Eres lo que eres. Punto.--

--¿Cuál es tu nombre? --

-- La verdad es que nunca me he concentrado por tener uno. Yo solo soy vida. Soy creación. Soy la generación espontánea que fluye a través del océano. Me han llamado de muchas maneras a lo largo de los milenios que he decidido observarlos. Pero el único termino que ha permanecido a lo largo del tiempo es “Madre” Así que puedes llamarme de esa forma. Si gustas--

--¿Madre? ¿En serio? ¿Madre de...? — No pude ocultar el sarcasmo. En toda mi vida en el ocultismo y lo paranormal nunca había oído nada de ella.--

--Soy la Madre todo Edward. Cada ser. Cada vida que ha transitado por estas calles, y por todas las demás que existan, lo hacen porque yo se los permito. Yo los traigo aquí. Yo soy vida como te dije anteriormente. Tú no eres la excepción Edward. Cada movimiento, cada palabra, cada paso que has tomado te ha llevado inexorablemente a mí. Porque de mí viniste. --

--¿Entonces mi último sacrificio en Rabat es la Madre de todas las cosas? ¿La misteriosa entidad que da vida? ¿Entregada al príncipe tenebroso por un simple mortal? --

--Oh muchacho. Tu no has entendido nada. Soy tu último sacrificio porque así lo quise yo. Lucifer es la chispa que deriva en incendio. Pero yo. Edward. Yo soy el mechero que lo hace posible.¿Qué haces aquí? ¿Por qué dices que tu quisiste ser mi sacrificio?Porque no puedes esperar llegar a la noche. Sin atravesar el día primero muchacho. He venido a ser de utilidad. He venido a hacer que confirmes tu destino. Sea cual sea. Si eres luz. Si tu destino es permanecer en ella. Te aseguro que luego de nuestra conversación. No saldrás de esta sala. Si, por el contrario. Tu búsqueda hacia el polo opuesto de esta situación. Es todo lo que hay para ti en este mundo. Pues sin duda lo cumplirás. —Sentenció.

--No entiendo. ¿No se supone que un ente de luz me persuada de evitar el camino de las tinieblas? --

--Edward. Por más que lo crean ustedes los hombres. Ni Lucifer ni yo hacemos el mínimo esfuerzo por evitar o facilitarles las cosas. Nosotros solo somos dos eternidades que los miran desde afuera. A unos con mucha más atención que otros. --

--¿Qué clase de entidad eres Madre? ¿Eres un Dios? --

-- Soy lo que tú quieres que sea Edward. Ya te lo dije. Saliste a la calle esperando encontrar la última mujer de tu cruzada de sangre. La has encontrado. Lo que soy no importa. Nunca ha importado. Todo se ha tratado de ustedes. Dime Edward. ¿Cuándo fue la última vez que Dios o el Diablo tomaron una decisión por ti? ¿Cuándo alguna creación del universo surgida de tu fe o falta de ella ha insinuado lo que debes hacer? —Preguntó con un gesto que indicaba lección. Conocimiento compartido. También engaño.--

--Mis encomiendas son el ejemplo claro de que ustedes si intervienen. Si insinúan. Si nos manejan a su antojo. Somos sus juguetes. Lucifer me mintió esa vez hace trece años. Somos juguetes con los que eluden el aburrimiento que les supone la inmortalidad. --

--No Edward. Tus encomiendas son solo intentos desesperados de llamar la atención de tu auto impuesto Maestro. Nada más. Lucifer nunca te ha ordenado nada. Tú has hecho lo que has querido. En esta última década, has querido justificar tu naturaleza dándole un propósito que tú mismo edificaste. ¿Qué haces realmente aquí Edward? ¿Realmente buscas el poder de Dios? ¿O buscas esconderte de el por todo lo que has hecho? --

--No sabes nada de mí. Finges sabiduría y conocerme. Pero te has equivocado en cada juicio de valor que has hecho. Tal vez. Solo tal vez “Madre” no lo sepas todo. – Dije en un claro intento de apaciguar sus ánimos llenos de arrogancia contra mí. Pero “Madre” parecía no inmutarse por mis palabras.

Siguió bebiendo de su té mientras señaló con los ojos la taza que había servido para mí.

--Se va a enfriar muchacho. Descuida, no es una pócima ni está envenenada. ¿Pudiste cenar algo que el Diablo cocinó para ti y a mí no me tienes la confianza para aceptar un té? —Dijo cruzando los brazos en un tono burlesco y desaprobación. --

—Al menos el Diablo se muestra como lo que es. Tú te escudas en misterios. Perdóname por no tenerte confianza por eso. –

Madre volvió a beber de su taza. Y la puso en el centro de la mesa. Me miró de nuevo a los ojos y pude sentir de nuevo esa sensación de incomodidad que tuve al principio.

--Nunca dije que lo supiera todo. Los seres inmortales no estamos exentos de la ignorancia. Pero si se todo sobre ti. Conozco tus miedos. Tus sueños. Tus pesadillas. Si Edward. Tus pesadillas. Esas constantes y dolorosas que envuelven tus noches. Esas que no son más reflejo que tu culpa. Huyes de Dios. Huyes de ti mismo. Huyes de ella. La pequeña Nuit.

Tan solo el hecho de escuchar ese nombre salir de su boca. Me produjo una tormenta mental. Volvieron hacia mí. Esas visiones. La cuna. La sangre. Los gritos. El dolor. Todo había llegado de golpe.

--No vuelvas a mencionarla. O daré este encuentro por terminado. —Amenacé. En un claro ejemplo de ignorancia.

--Puedes hacerlo cuando quieras Edward. Tienes el poder. Pero Si quieres seguir, no puedes mantenerte pretendiendo ignorarla. No puedes seguir pretendiendo de que nada pasó.--

--Puedo verlo en tu cara Edward. La duda te sigue consumiendo a través de los años. Sigues dudando sobre si haces lo correcto o, por el contrario, eres un Monstruo.--

--¡Basta! ¡No lo volveré a repetir! --

--Dime algo. ¿Valió la pena el precio que tuviste que pagar para llegar aquí? Solo. Atormentado. Odiado por la mujer que tanto amaste una vez. ¿Cuándo tus pensamientos y tus sueños eran tan lejanos de este camino que tomaste? ¿Qué se siente ser el culpable de la muerte de tu hija? --

--Por favor no sigas. No puedo escucharte más. --

--Debes reconocerlo Edward. No hay marcha atrás. Has llegado tan lejos. ¿Solo para venir a encerrarte en tus propios pensamientos? No lo creo. De cualquier forma. Sea que fracases en tu eterna obsesión por el poder. Por la oscuridad. O que tengas éxito. Es inevitable para ti. Reconocer tus culpas. Debes abrazar tus pesadillas. De la misma manera que abrazas tus sueños. Solo así Edward. Sabrás con total certeza. Quien eres en realidad.--

La vi a los ojos. Y supe que no pararía hasta que hiciera la contrición que tanto esperaba. Su mirada era cada vez más penetrante. Mas dolorosa. Juro que podía escuchar miles de voces alrededor de nosotros. Murmurando cosas ininteligibles. Solo se escuchaban, cada vez más cerca. Mi corazón empezó a palpitar con fuerza. Al punto de creer que se saldría de mi pecho. Detrás de Madre podía observar como las paredes de la ruin y destruida casa empezaban a sangrar. La cocina ya no estaba. Solo la cuna. Esa maldita cuna que me perseguía a donde fuera. Llena de sangre. Hasta el tope. A la derecha de Madre podía ver a Rose. Mi ex Esposa, mirándome con sus ojos llenos de lágrimas y la mirada perdida. Y a la izquierda. Erigiéndose como una sombra. Como una visión borrosa que poco a poco se va aclarando. Lo vi a él. Vi de nuevo esa aterradora figura. Pálida como cadáver. De cabello largo y negro. Con las cuencas de los ojos vacías y la boca completamente sellada. Era él de nuevo.

Me di cuenta que el suplicio solo se agravaría hasta que Madre obtuviera lo que quisiera. Así que tomé de la taza de té que había servido para mí. Y Sin mirarla a los ojos empecé a hablar:

--Desde que contacté con Lucifer. Hace todos esos años. Me obsesioné con la idea del inframundo. Con lo que estaba más allá de mi alcance. De mis ojos. Y emprendí un viaje al mundo desconocido y temido por los hombres de lo sobrenatural. Viajé por el mundo. Conocí a una joven y hermosa mujer. Rose. Debía ser mi esposa. Y eso hice. Me casé con ella. Al principio ella compartía mis exquisitos gustos por lo visible en lo invisible. Fuimos participes de toda clase de ritos. Orgías. Sacrificios. Ella me comprendía. Al poco tiempo ella salió embarazada y dio a luz una hermosa bebé. La llamamos Nuit Ma. Rose supuso que la vida de Padre sería suficiente para mí. Con el tiempo sus gustos dejaron de ser los míos. Ella dejó de interesarse por ser mi compañera. Y empezó a sentir interés en ser Madre. Yo amaba a mi hija. Pero nunca sentí la vocación de cumplir mi rol. Mi mente andaba en otras costas. Lejos de Rose. Lejos de Nuit. Comprendí que estaba perdido. Así que intenté buscar ayuda en la única persona que sentía que podía buscar consejo.Lucifer.

Era mi salvación, esperaba tener una conversación con él. Esperaba iluminación de su parte. Tal cual me la brindó allá en Cambridge. Pero no respondía. Nunca respondió. Así que fui más lejos. Empujé los límites de lo permitido. Y empecé a practicar magia negra. Cada vez los sacrificios eran más brutales. Más sangrientos. Recuerdo que mi primera ofrenda fue una familia completa que vivía en una pequeña casa en París. Sacrifiqué a cada uno de ellos. Padre, Madre y tres hermanos. Sin embargo, ningún ritual era eficiente.Es por eso que decidí contactar a un antiguo ser. Un viejo Dios pagano. Su nombre es Bughuul. Y me dijo que las grandezas en mis sacrificios estaban equivocadas. Debía sacrificar algo que me ocasionara dolor. Algo que me costara desprender de mí. Así que una noche. Lo convoqué y permití que se llevara a Nuit. Dijo que la perdida de mi primogénita sería la llave hacia todo. Así que le hice caso. Nuit murió por mi culpa. Y Rose, no pudo lidiar con la verdad. De que mi destino empezaba con sellar el de Nuit.

Alcé la vista y Madre seguía viéndome fijamente. Pero su mirada no dolía esta vez. Era compasiva. Sanadora. Y hasta evidenciaba lástima por mí.

--La oscuridad ha sido tu camino porque tú la has escogido. No hay Dios que pueda contra la idea de un hombre Edward. Lucifer no eligió ser el Diablo. Tu sí. El hecho de tenerte aquí esta noche. Era inevitable para ti. Esta casa representa una encrucijada en tu existencia justo ahora. Te preguntarás él porque te resulta todo tan familiar. Estas en esta casa. Porque es idéntica a la casa de la primera familia que asesinaste. Estás bebiendo té conmigo porque es lo único que realmente extrañas de tu hogar. El té que todas las noches tu madre te preparaba. Hasta ese día. Hasta el día que saliste huyendo. El día en que cada eternidad perteneciente al universo se fijó en ti. Hasta el día en que Lucifer se interesó en tu alma. Recuerdas que hiciste Edward. ¿Qué fue lo que hiciste? —Inquirió Madre con total sentido de la urgencia.

Fue entonces que entendí que no tenía porque avergonzarme de mi mismo ante ella. Así que la miré fijamente. Sin pestañear. De la forma tan inquisidora con la que lo había hecho en toda la conversación. Y respondí:

--Maté a mi padre. Lo envenené mientras desayunaba. No podía soportar verlo una vez más. Abusando de nosotros. De mi Madre. De Mi. Pensé que nos liberaríamos. Pero una vez que lo hice. Mi Madre no soportaba verme a los ojos. Así que huí. --

Madre me vio con cierta satisfacción en su rostro. Como si hubiese llegado justo al punto que siempre quiso que entendiera en nuestra conversación. Se reclinó en la silla. Tomó un nuevo sorbo de té y se dispuso a darme un comentario. Con la misma expresión que un director de orquesta siente el Crescendo de su melodía aproximarse.

--Has estado atrapado en un bucle de tiempo desde ese entonces Edward. Cometes una atrocidad. Y sales huyendo de ti mismo al ver como decepcionaste a la mujer que amabas por ello. Lo hiciste con tu Madre. Ahora con Rose. Es hora de romper el ciclo. Es hora de mirar hacia adelante y tomar la decisión que tanto buscabas. En esta casa hay dos puertas. La principal por la cual has entrado. Te llevará al destino que tanto has buscado y por el cual te has sacrificado. La trasera, Te llevará de vuelta a la línea que desdibujaste. Te pondrá en contención contigo mismo. Con la esperanza que dentro de ella puedas redefinirte y encontrarte. Que te has perdido tanto tiempo.--

Por un momento cerré los ojos. Pensando en cómo sería salir por la puerta de atrás. Volver a Cambridge. Intentar tener una vida normal. Desistir de esta obsesión por vivir en mi propia oscuridad. ¿Por qué no puedo ser luz también? Soñar. No tener pesadillas. Abrir los ojos y notar que nada está allí. Ni Madre. Ni la cuna de Nuit y mucho menos Bughuul.

Pero abrí los ojos de nuevo. Y todo seguía allí. Madre. La cuna y Bughuul se veían tan claros a causa de la luz que nos acobijaba a todos en esa casa. Miré mi taza y ya no contenía té. Solo sangre. Sangre caliente. Al punto de ebullición. Metí las manos en mis bolsillos solo para recordar que la Daga estaba allí. La saqué y la puse en la mesa. Madre no se sorprendió en absoluto. De hecho, pensé que lo esperaba.

--Si. Ofrecí el alma de mi hija. A cambio de mi destino. ¿No lo ves? Soy un elegido. Mi destino está más allá de la paternidad. Más allá de una vida normal. No nací para tener una vida miserable. Llena de porquerías. De típica basura tradicional. Odiaba a mi Padre. Y gracias a su odio entendí que la familia es una cadena que nos mantiene encerrados en nosotros mismos. Era cuestión de tiempo para que Nuit me odiara a mí de la misma forma en que yo lo odiaba a él. Soy un monstruo. Pero a decir verdad no me avergüenzo de ello. ¿Acaso los Dioses no son más que Monstruos? Solo que en vez de tenerles miedo y buscar bajo la cama. Les tenemos Fe y los buscamos en templos. No soy un monstruo por hacer sacrificios para liberarme. De la misma forma en que Prometeo no fue monstruoso por intentar robarle el conocimiento divino a los Dioses. Monstruoso fue condenarlo a vivir en completa agonía por toda la eternidad. Así como monstruoso es condenarme a una vida llena de ignorancia y cotidianidad. Así pues. Puedes pararte de ese asiento y condenarme a ser devorado por cuervos eternamente como le tocó a Prometeo, pero mi opinión seguirá siendo la misma. Y tu Madre. Serás el escalón más alto hasta ahora que me conduzca a la cima.--

Madre asintió. Terminó su taza de té. Y se levantó de la silla. Caminando hacia la sala.

--Entonces. Creo que tienes trabajo por hacer. –

Madre se puso de rodillas y descubrió su cuello. Era evidente. Debía completar el sacrificio. Ella lo sabía. No había vuelta atrás y ahora se disponía a entregarse en ofrenda. Sin embargo había una pregunta que estaba formándose en mi interior desde el momento en que la vi. Y que fue aumentando y adquiriendo fuerzas mientras fluía nuestra conversación.

--Al ser la Madre de todo lo que vive en este universo. ¿Se supone que eres la Madre de Lucifer también? ¿Por qué me resultas tan familiar si nunca nos habíamos encontrado? --

--Supongo que mi papel en el universo de Madre pudiera abarcar la existencia de otra inmortalidad como la de Lucifer. Después de todo. Somos muy similares. –

--Similares. ¿O los Mismos? ¿Tú eres Lucifer? — Pregunté. La familiaridad que me producía. El sentimiento de nutrición. Sus frases. Todo tenía mucha semejanza a él.

--A veces pienso que él y yo somos la suma de un todo. Pienso que inevitablemente mi existencia sin la suya sería inviable. Lo que me lleva a pensar que más que ser él. Soy una extensión suya y él una de mí.– Respondió con una sonrisa.

Me levanté. Tomé la Daga y me acerqué a ella. No sin antes tomar una vieja copa que se encontraba con los trastes de la cocina. Me agaché igual que ella. La sostuve en mis brazos y levanté mi daga. Sin embargo. Madre tenía algo más que decir:

--¿Estás consciente de lo que debes ser? ¿En quién debes convertirte a partir de ahora? ¿En el momento que salgas por esa puerta? —

La miré a esos profundos y verdes ojos. Y asentí no sin antes despedirme de ella.

-- Gracias. Por iluminar mi sendero Madre. --

--Nos volveremos a ver Edward. Aquel día. Nuestros rostros serán diferentes. Pero a diferencia de hoy. Seremos capaz de reconocernos, con tan solo vernos a los ojos. —

Sin vacilar volví a alzar mi mano con la daga. Y esta vez no vacilé. Corté su garganta y llené la copa de su sangre. Al terminar, la bebí. Sintiendo como cada parte de mi cuerpo entendía que mi misión había terminado.

Procedí a caminar hacia la entrada principal. Al salir mi sorpresa fue notoria. Cientos de personas estaban frente a mí. Vestidas de negro.Y portando en sus túnicas un símbolo. Un Hexagrama. Al verme. Todas ellas se arrodillaron. Me reverenciaban. Me veneraban. A partir de ese día. Pasé a ser “El gran Mago Negro” Y lo entendí por completo. Entendí las palabras de Madre “No hay existencia de Dioses sin Fe de los hombres” Y es que siempre no hemos equivocado. No fue Dios quién nos hizo a su imagen y semejanza. Fue el hombre que hizo a imagen y semejanza sus Dioses. Ellos los construyeron. Ellos los levantaron como ídolos. Y ellos mismos los han destruido y condenado al olvido. Así que si nosotros somos luz y oscuridad. Por consecuencia nuestros Dioses también lo son. Son pecadores. Son orgullosos. ¿Y si le hemos estado rezando al Dios equivocado? ¿Y si resulta que tu Dios es el Diablo de alguien más? Mírenme, por ejemplo. Esas personas afuera de la casa me tenían fe. Ellos me adoraban. Ellos me hicieron su Dios tutelar. Pero el resto me temerá. El resto sentirá repulsión hacia mí. ¿Entonces que soy? ¿Un Dios por veneración de mis fanáticos? ¿O un Demonio por temor de mis enemigos? La verdad. Poco me importa. El poder estaba allí desde el principio. El poder es la capacidad de cumplir nuestra voluntad. Y la voluntad es el máximo poder sobre este universo.

Aleister Crowley


bottom of page