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Vol. II: Diciembre. Una navidad en invierno nuclear.


"En las profundidades del invierno aprendí finalmente que había en mí un verano invencible"

Albert Camus

Y así. Sin mayor preámbulo. Todas las bombas cayeron. Todos los temores se habían hecho realidad. Y por más que me resistí. Por más que me empeñé en jugar en contra del tiempo y de destruir cada manecilla del reloj. La incuestionable verdad de mi vida, había llegado al centro de todo. Estaba solo.


El frío se apoderó de mí a tal punto que no pude moverme. El sol parecía un sueño de antaño. Una fantasía, un cuento de hadas. Inventado para mantener el niño que habitaba en mí en constante búsqueda de una felicidad que si bien nunca he tocado por completo, llegué a rozar en ciertos momentos pasados donde estuvo involucrado. Pero ya no más. El sol se había ido. La noche se convirtió en un estado permanente en el lienzo celeste. Ya no era un paisaje inspirador. Ese que enamoraba artistas y los invitaba a tocar las mejores canciones del mundo, a escribir el poema más hermoso que se haya leído o a pintar el retrato más trascendental de la historia. No. Eso se había acabado. Ni siquiera la luz de las estrellas era una guía fiable en la actualidad. No sabría con certeza si su luminosidad era real o el producto de alguna falsa esperanza, de que todo fuese parte de una pesadilla. Una terriblemente real. Pero pesadilla al fin. Así que opté por primera vez en mi vida dejar de mirar al cielo. Y concentrarme más en la tierra, en lo que estaba a mí alrededor. Que si bien no era mucho más que sombras y hielo. Era mi mundo ahora.


Mi completo universo había sido destruido. La guerra contra la rotación y la traslación de la tierra no había dejado nada sino ruinas procedentes de cada explosión provocada en este humo estratosférico. Y me resultaba extraño comprender como pude haber sido sobreviviente de un evento tan cataclísmico en mi propia realidad. Y fue allí en esa constante búsqueda de mi verdad que decidí contra todo pronóstico escribir una segunda página documentando mi nuevo porvenir.


Durante los últimos días. He entendido que, irónicamente. El enemigo que había destruido todo. El tiempo. Se podía convertir en un gran maestro. Uno que nos puede contar las verdades que no queremos escuchar, pero que obligatoriamente debemos hacerlo. Y una de las verdades mas impresentables que me ha mostrado es que le tememos al transcurrir de los días por nuestra propia naturaleza biológica. Somos seres con fecha de vencimiento. Fecha que desconocemos para beneficio de nuestra ignorancia. Es por eso que le tememos al tic tac de los relojes. Son un recordatorio constante de que estamos perdiendo el tiempo frente a la vida.


Es por eso que te escribo. En este invierno nuclear en el que vivo ahora. En una tierra que ya no parece dar signos de querer recobrar vida. Para no seguir perdiendo tiempo frente a las circunstancias actuales y reafirmarte que nada. Absolutamente nada ha cambiado con respecto a ti. Y es que tu vives otro tipo de invierno. Uno de esperanza. De esos con los que nos alegrábamos en nuestra niñez puesto que significaba la llegada a su fin de otro año. Y de premiar la inocencia que habita aún en muchos de nosotros.

Me alegra de sobremanera que tengas la oportunidad de reencontrarte con esos aspectos de la vida ahora que estás en otros paisajes. La oportunidad de volver a soñar como los niños. De que todas las cosas pueden y van a salir bien. Y que pese a las lágrimas derramadas en el transcurso del viaje. Esas sonrisas que se han marcado en tu rostro ahora en tu nuevo hogar, llegaron para quedarse.

Escribir para mí siempre ha sido un método de escape para evitar que mi mente sea víctima de la locura. Verás. Solo el proceso de tomar un lápiz y un papel puede reconfortarme. Llevarme a otros tiempos. Hacerme olvidar la crueldad de una navidad gélida y llena de añoranzas de la que soy parte y llevarme a los buenos tiempos del verano de los cuales tú fuiste base fundamental de ellos. Allí, el centro inequívoco de todo.


No estoy plenamente consciente de que hayas leído o no mi anterior carta hacia ti. Ya que la última vez que conversamos me dijiste que tenías miedo de inundarte en un mar de lágrimas. Así como no tendré la seguridad plena de que llegues a leer esta. Pero yo no me siento acomplejado por eso. Me veo de alguna forma a mi mismo como aquel demente de antaño que escribía cartas todos los días, las metía en botellas de vidrio y las lanzaba al mar con la eterna esperanza de que llegara a las manos de alguien y de que el contenido de estas cambiaran los significados mismos de un día en esas personas. Yo escribo estas cartas y las embotello en este mar complejo de comunicación propio del siglo 21. Con la esperanza de que mis palabras y el simple recuerdo de que a 1581 kilómetros de lejanía hay algún idiota bohemio que te tiene siempre presente y que te quiere de la misma forma que los niños amaban el invierno que vaticinaba la llegada de una navidad más.


Diciembre para mí es un mes post-apocalíptico. Un mes donde debo enfrentar los cambios que ha dejado el final de mi mundo. Ese del que fui feliz y de que tú eras parte. Para aceptar que ya no existe y que el vacío empieza a convertirse en algo más. Algo que desconozco por completo y que para serte sincero, me aterra descubrir que puede ser.


Pero para ti, diciembre surge como un mes de renacimiento. Un mes donde podrás recuperar los pedazos de ti que has perdido en tu viaje y recomponerlos en una sola pieza. Más fuerte. Y con más belleza de la que ya posees. Este mes se muestra para ti como el recordatorio de lo que te dije una vez: “Tu destino no es otro que ser feliz” Siempre he creído eso de ti. Y si bien me he equivocado con muchas cosas en la vida, ten por seguro de que nunca lo haré con esta afirmación.


Mientras te escribía esta tarjeta navideña. Recordé una vieja historia que leí una vez sobre un vagabundo que merodeaba en el desierto. Solitario. Lleno de miedo y sin mayores esperanzas de sobrevivir. El vagabundo había perdido todo. Se había quedado completamente a expensas de un desierto que esperaba por reclamar la única cosa que le quedaba. Su propia vida. Hasta que un día, el vagabundo se tropezó con una flor. Una Dalia. Idéntica a las que crecían en el jardín de su casa. Y pasó horas contemplándola. En ese momento, el vagabundo cayó preso del pánico. Pues pensó que la sed y el calor estaban metiéndose con su cordura. Y entendió que faltaba muy poco para morir de sed o volverse loco. Así que se dedicó los siguientes momentos de su deambular a sostener aquella Dalia y cerrar los ojos, esperando que al abrirlos esta ya no estuviera y así reaccionar ante el hecho de que estaba delirando. Pero no. Cada vez que abría los ojos. La Dalia seguía allí en su mano.

Desesperado. El vagabundo sintió la necesidad de levantarse y de la nada. Había encontrado las fuerzas para luchar y no dejarse morir tan fácilmente. Caminó sin parar durante dos días y justo cuando creyó que su vida se extinguiría. Cayó sobre un pequeño manantial. El cual estaba rodeado de Dalias idénticas a la que había estado en su mano aquellos dos días. Sin estar plenamente consciente de que la Dalia que sostenía de alguna forma le salvó la vida. Lo había logrado. Había salido del desierto. El vagabundo seguía vivo. Todo por encontrarse con una simple Dalia justo en el lugar donde había decidido quedarse a morir.


Tal vez mi caso sea parecido. Tal vez yo entre tantas ruinas y avalanchas. Entre tantas sombras y tanto hielo. Pueda encontrar mi propia Dalia. Esa que me motive a tener esperanza en el mundo que viene después de la extinción del mío. El recordatorio de que por más cruel y abismal que sea. Esta era glaciar que congeló todo será pasajera. Y que tal vez exista la posibilidad, por muy pequeña que esta pudiese ser. De alzar la vista al cielo de nuevo y darme cuenta que ya no es de noche. Y que el sol ha vuelto a posarse sobre él. Ese que inspiró tantas revoluciones culturales. Que ha sido la musa de tantos artistas, como Monet y sus seguidores impresionistas. Ese que veía reflejado en ti cada vez que reías.


Mi Dalia para seguir caminando entre este cementerio de memorias. Será sin duda el recuerdo de que eres la persona más importante que hay en mi existencia misma. Serán cada uno de los momentos. Buenos, malos y turbulentos que pudimos haber compartido mientras nuestros caminos estaban cruzados.


Caminaré solo en este universo de ruinas sosteniendo aquella flor de recuerdos con plena fe de que ellos no serán los últimos. Y que más temprano que tarde, te volveré a ver. Ya perdiéndole miedo al reloj y a los calendarios. Pues no importa que tan viejo sea. Sé que en algún momento volverás a estar frente a mí.


Las Dalias pueden significar agradecimiento. Fidelidad e inclusive una forma de declarar que los sentimientos hacia la persona que la reciba son fuertes y eternos. Así que permíteme entregarte una Dalia hecha tarjeta de navidad. Una multicolor. Que no existe en ninguna parte más que en mi mente y que ahora quiero que guardes en tu alma. Para siempre. Y así honrar su significado.

En matemática. Hay un término llamado asíntota. En la cual se define una línea imaginaria, vertical u horizontal, donde la gráfica se acerca a ella. Pero nunca la toca. Muchos dicen que este concepto puede interpretarse como una metáfora de la vida. Siendo nuestros deseos la gráfica que nunca llega a tocar la línea de la realidad. Honestamente. Me niego a ser una asíntota y digo con cordialidad “Al carajo la matemática” Yo sé que en mi gráfica el volverte a ver es parte de mis deseos y se cruzará inexorablemente a la línea de mi realidad.


Lo único que te pido es, como te dije al momento de hablar por última vez frente a frente. Que en cada momento de felicidad. En cada momento de esperanza y en cada buena situación que llegue a tu vida en los próximos meses. Pienses en mí. Y en todo lo que significas en mi vida. No sé si sea de mucho valor para ti. Pero para mí, lo es todo.


Que este año sea el inicio de la vida más hermosa. Para la persona más hermosa que existe en el universo.


Te quiero es una palabra demasiado simple para resumir todo lo que me importas.


Te extraño es una palabra muy corta para definir lo triste que es no estar cerca de ti.


Tal vez. Después del invierno. Podremos compartir una primavera.



Que tengas una feliz navidad pequeña Aurora. Hay gente pensando en ti. Gente que te quiere mucho. No lo olvides.




Para Stefanía













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