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LA ÚLTIMA MUSA

"Las musas tenían por costumbre aniquilar a los que inspiraban" Katherine Neville

Martin era un poeta fracasado, sus poemas nunca despertaron nada en sus lectores. Lo único que despertaban era lástima. Él necesitaba encontrar una musa quien lograra inspirarlo. Un día se le ocurrió caminar a media noche, en busca de inspiración. Sus pies lo llevaron hasta un viejo puente que atravesaba un hermoso y cristalino río. El escuchó llorar a una joven, el llanto provenía del centro del puente, donde se observaba hacia el horizonte un antiguo faro que iluminaba con todo su esplendor el paisaje.

El joven poeta se acercó con determinación a aquella hermosa y triste mujer. La luz del faro brillaba con gran fulgor, a medida que se acercaba a ella.

Martin observa a la chica de espaldas inclinada sobre el borde del puente, ella no paraba de llorar, lucía un vestido negro, y un paraguas del mismo color que cubría su cabeza. La mujer consigue despertar un gran misterio en Martin. De repente la furia del viento comenzó a sacudirse sobre ellos.

La mujer de negro se dio media vuelta y se acercó hacia él con la mirada en el piso, Martin se encuentra fascinado y comienza a dar pasos hacia ella para facilitar su acercamiento. Esperando con impaciencia su aproximación. Mientras la admira de arriba hacia abajo sin dejar de parpadear.

La chica levanta su rostro, tenía la piel pálida y unos enormes y brillantes ojos negros, en los que se reflejaba una honda tristeza. El poeta la toma de la mano, cubierta de unas negras y elegantes mangas. La miró directo a los ojos y con un salto en el corazón le dijo:

- Ven conmigo bella dama- Con un tono que evidenciaba su completa ilusión por ella.

- Yo no puedo irme contigo- Este es mi hogar. Le dice ella con nostalgia.

- ¿Tu hogar?- Le pregunta el poeta extrañado.

-Sí, ¿Ves este río lleno de pureza, sumiso y lleno de perfección? Justamente bajo este puente Donde me viste llorar, allí está mi cuerpo Ahogado-

Martin quedó mudo al escuchar esas perturbadoras declaraciones.

Trató de dirigirle la palabra, en busca de sacarle más información por tan fatídico y oscuro comentario. Pero la dama de negro lo calló poniendo su dedo sobre los labios de Martin. Implorándole silencio, le acarició el rostro mientras ella lo observaba con una mirada de devoción y total enamoramiento. Luego de esas intensas miradas, la misteriosa dama lo besó apasionadamente. Martin nunca había experimentado tales emociones al besar a una mujer, era mágico, una experiencia religiosa, sobrenatural. Su espíritu poético nunca se había sentido tan alimentado de inspiración, sintió que sus creencias sobre todo, el amor, la vida, la muerte, el destino. Habían sido estremecidas brutalmente con cada segundo que duraba aquel apasionado y trascendental beso. Se sentía completo.

Al término de aquel momento. Ella mantuvo su rostro contra el de él. Viéndose ambos directamente a los ojos de nuevo, sin mediar ni una sola palabra. La intensidad de la luz del faro que iluminaba el horizonte fue disminuyendo, lentamente. Haciéndose cada vez más oscuro todo. El viento seguía azotándolos con fuerza. Y ahora traía consigo una lluvia que empezó a caer sobre nuestros desconocidos amantes. Cuando las primeras gotas de agua cayeron sobre el rostro de Martin. La dama de negro decidió soltar su paraguas, siendo este arrastrado por la braveza del viento en tormenta. Martin alzó la vista para contemplar como el paraguas se alejaba de ellos y volaba en dirección al faro imponente que ya no los rodeaba de su luz y los había dejado por completo a oscuras.

Ella se aferró a él, Con sus dos manos sostuvo el rostro de Martin para entregarse en un nuevo beso. Este con mayor fuerza, para luego ambos caer abrazados del puente. Hundiéndose en las profundidades de aquel hermoso y místico río. Después de unos segundos, sus cuerpos son tragados por el mismo. Nuestro poeta empezaba a experimentar una sensación nueva. Miedo. Y por un segundo intentó separarse de ella para nadar hacia la superficie. Pero el tercer beso que recibió de la mujer de negro, paralizó su cuerpo por completo. Divorciando su mente que le pedía de forma desesperada escapar de allí y salvarse, de su corazón que le incitaba a resignarse a la condenación en cada beso recibido.

Al quedar completamente sumergidos ambos, el viento calmó sus bríos. La lluvia tormentosa había desaparecido en un pestañeo y el monolítico faro encendía su luz nuevamente con su poderoso brillo característico.

-¡Huye. Nada Contra la corriente! ¡Aún puedes salvarte!- Se decía Martin a si mismo mientras se hundía más y más en las profundidades del río en compañía de su musa oscura, pero ni sus manos, ni sus piernas, ni ninguna otra parte de él parecía atender al llamado de alerta.

En el puente. Lo único que quedaba era el silencio sepulcral. Todo volvía a la normalidad y pasaba desapercibido a la vista de algún nuevo forastero. Que caminaba por aquel puente ensimismado y con la cabeza baja. Para luego detenerse a mitad de camino y observar a una hermosa mujer. Vestida de negro. Elegante y que sujetaba un paraguas del mismo color. Que veía hacia el horizonte. Hacia aquel faro imponente y lloraba con desconsuelo. Y sintiéndose imposibilitado para ignorar sus lágrimas, se decide acercar a ella. Sin sospecha alguna de lo que estaría por ocurrir.


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