Cuentos Bizarros No. 1: Entrevista Con La Muerte
Mi nombre es Aníbal, la última vez que miré tenía unos 27 años de edad, no se, la verdad es que no soy un hombre que piensa mucho en su edad ni en sus orígenes, puesto que nunca los tuve muy claros, dado a que nunca conocí a mis padres, supongo que murieron o simplemente decidieron no tomar la responsabilidad que conllevaba criar a un hijo, así que pasé toda mi niñez y parte de la adolescencia criado por monjas y sacerdotes en un auspicio de la caridad para niños.
Crecí bajo una estricta educación religiosa, que si bien llegué a detestarle en su momento, en el largo plazo sirvió para concentrarme en mi destino, pues no me interesaba en absoluto saber de dónde venía, sino hacia donde iría en mi vida. Esta visión de mi destino terminó por llevarme a mi vocación, El periodismo, sí, soy periodista, y he concentrado cada día de mi carrera profesional en buscar la excelencia y la grandeza. He escrito libros, cerca de una docena de ellos, he sido uno de los columnistas más prestigiosos y consultados del país y he sido el responsable de entrevistar a las celebridades más prominentes de la opinión pública, presidentes de la República, líderes religiosos, deportistas, Rockstars, todos observados bajo la lupa de mi criterio profesional y expuestos al pueblo con mis conclusiones, haciéndome acreedor del respeto de la crítica y de una vitrina llena de premios por mi labor en la comunicación.
Pero nada en mi vida se había comparado con la próxima entrevista que estaba por realizar en mi carrera. Sin duda alguna, era la tarde más fría y oscura que había podido vivir, o al menos eso es lo que recuerdo. Tal vez hay sido el shock y la sensación de emoción y nervios que se mezclaron en lo más profundo de mi estomago, pues verán, después de todo, no todos los días se te presentaba una oportunidad de realizar algo tan grandioso y a la vez tan lúgubre a nivel personal y profesional.
Eran las 5:00 de la tarde cuando llegué al exclusivo barrio donde estaba el cafecito que sería escenario de nuestra entrevista. Luego de ordenar, me coloqué en una de las mesas más apartadas del sitio: lo suficiente como para manejar con discreción el encuentro, aunque ese lugar estaba frente a un enorme ventanal (tal vez la recurrente necesidad del inconsciente por sentir una salida próxima).
Pasados unos segundos noto que hay una presencia, una especie de sombras que se colocan alrededor del claro; de ellas parece surgir una luz como fosforescente de un tono verdoso que hace que vuelva la luz y proporciona al lugar un aspecto muy tétrico. Al fondo se puede ver una figura de gran tamaño, por lo menos dos metros de altura y gran envergadura. Lleva una túnica negra hasta el suelo con aspecto raído y viejo. Además cubre la cabeza entera sin dejar ver el rostro con una capucha, que parece advertirse que está vacío el interior.
Al verlo retrocedí un par de pasos y agarré fuerte mi lápiz. Entonces la figura avanza hacia mí. Da la sensación que no toca el suelo, y efectivamente así es, se desliza a milímetros de mí de forma lenta y pausada. Los brazos, con anchas mangas, forman un pequeño ángulo hacia delante, pegados al cuerpo y permanecen inmóviles. Las manos son de color blanco y lisas, y sus dedos son casi esqueléticos. Cuando esa figura llega a mi altura queda parada frente a mí. Sin saber qué hacer, permanezco quieto como una estatua observando esta entrada, no sé si se puedo decir triunfal; seguro que se puede decir que es espectacular.
-¿Podemos empezar la entrevista?- Habla esta figura con voz grave, pausada, arrastrando un poco el final de las palabras y se puede oír una especie de eco cuando habla.
A manera de saludo lance la primera pregunta:
¿Mucho trabajo? (inmediatamente me arrepentí de haberlo dicho) Con una amabilidad que -no sé por qué- nunca habría esperado de ella, me respondió:
-- Lo de siempre.
Entonces empecé con el análisis rutinario de cada entrevista: estudié sus facciones, su atuendo, no encontré nada fuera del cliché, aunque sí, había algo diferente en su rostro, pues ciertamente reflejaba una enorme serenidad.
-- Antes de iniciar quisiera excusarme por distraerle de sus ocupaciones, que todos sabemos son muchas.
-- Para todos tengo tiempo, —respondió con amable sonrisa y agregó-- pero desde luego esto debe ser breve.
--¿Será posible que me explique el por qué no escogió otra profesión?
-- Si estuviera en mi persona el haber decidido, tal vez no habría resuelto formar parte de esto. Pero debo confesar que a través de los siglos aprendí que este era el oficio que necesitaba.
-- ¿Por qué?
-- Porque llevar la paz al alma atormentada, el consuelo a la entristecida y la calma a quien lo vivió todo, resultó, a la larga, mejor de lo que creía, de lo más gratificante. Hasta ese momento no comprendía lo que estábamos hablando. Creo que estaba obsesionado pensando por qué tenía esa cara tranquila, en mi fuero interno pensaba: “acaso no siente remordimiento”, así que con gran confusión lancé la siguiente pregunta:
¿Es usted quien decide llevarse a las personas?
En determinadas circunstancias, así es.
-¿Qué circunstancias?
-Cuando las muertes se producen de forma natural.
-¿Qué entiende por muertes naturales? –
-Las que se producen por enfermedades o en el caso de personas de avanzada edad, que enferman con facilidad; yo decido quién debe pasar a otra dimensión. –
- ¿Existe un tiempo para cada uno?
-- No es así. Llego a las personas la mayoría de las veces por sorpresa, aunque cuando soy esperada generalmente es porque han resuelto todo ya.
-- ¿Cómo es eso? ¿Acaso se resuelve todo antes de ese día?
-- Cuando el que me espera ha vivido y sabe que su hora se aproxima, no tiene más que ordenar sus ideas antes de abandonar este mundo y podrá decir en el otro que lo resolvió todo.
Miré hacia el ventanal un tanto preocupado. Quizá esta entrevista no me correspondía. Era difícil pensar frente a alguien con tanto poder.
-- ¿Cuándo decide usted que debe visitar a una persona?
-- Lamento decirte que tu pregunta es absurda. No es mi decisión, son las circunstancias las que determinan ese momento. Así que no podría responder a tu pregunta, sólo sé que debo visitar a alguien y lo hago.
-- ¿Es un misterio también para usted?
-- Tan grande como todo lo que tiene relación con la vida, como nacer o como envejecer. Sólo sucede.
Por primera vez escuché lo que decía. La reflexión llegó entonces y le comenté: -- El tema nos resulta tan desagradable que no es fácil pensar respuestas tan simples. ¿Existe algo que quisiera que todas las personas supieran sobre usted?
-- Bueno... No. Creo que si tuviera algo que decir ya lo habría dicho. Me acostumbré al temor de las personas, a la ignorancia, al dolor y a todo lo que se relaciona con mi trabajo. Tal vez hubo veces que quise comunicarme, pero las respuestas llegaron prontas y solas.
-¿Trabaja para Dios o para el Diablo?
-Yo trabajo de forma independiente. No estoy al servicio de nadie. Soy el único ente que no pertenece a Dios o al Diablo. Yo estoy al servicio de la vida. -Eso no lo entiendo, ¿cómo la muerte va a estar al servicio de la vida? –Solté una risa nerviosa.
-Los seres vivos deben morir para poder renovar la energía del Universo. Debe haber un equilibrio de todas las fuerzas que hay en él. La energía vital es la que determina qué fuerzas deben oponerse a ella y así el Universo permanece en equilibrio.
-Acaba de decir que no trabaja ni para Dios ni para el Diablo, por tanto nos confirma usted que ambos existen. - ¿Saben algo? Ustedes los humanos se preguntan siempre sobre este tema, viven hablando de la existencia de Dios y el Diablo y ahora yo les digo, si existen. Pero las formas de su existencia son distintas a lo que siempre han creído. En cada acción bondadosa, en cada afecto y en cada rasgo de amor existe Dios, mientras que en cada crimen, odio y mala voluntad está el Diablo.Ustedes son el testamento vivo de ambos, Dios Y DIablo, Bien Y mal. Son la Cara misma de ellos. El cielo y el infierno existen, pero no deben buscarlo en las alturas ni en el subsuelo, ambos se encuentran en el corazón humano. Dios y el Diablo coexisten dentro de cada uno de ustedes.
Habrían pasado como 20 minutos. Era hora de terminar la conversación, pues así se había acordado antes.
Sin embargo, había una pregunta que estuvo en mi cabeza todo el tiempo, pero que no sabía cómo plantearla. Finalmente la lancé a quemarropa:
-- ¿Cuándo terminará con su trabajo? ¿Algún día llegará el descanso eterno para usted?
Se agitó repentinamente. Tal vez no esperaba aquello, tal vez sí pero igual le incomodaba.
-- Creo... No. Sé. Sé que el día llegará, porque todo tiene final en este mundo (y en el otro), pero como todos, no sabré cuando. Será cuando deba ser y sin postergaciones. En esto no hay preferencias. Supongo que en base a mi experiencia, quizá llegue el día en que la muerte tenga que morir.
- Le agradezco su tiempo. Espero que al publicar la entrevista quede a su satisfacción.
Sin decir una palabra, La Muerte se gira y se va por donde vino, de la misma forma, deslizándose de forma pausada, desaparecen las sombras de alrededor del claro que daban esa luz fosforescente.
Es curioso, pero esperaba que me diera un adiós antes de marcharse y temía un “hasta muy pronto” que redujera mis posibilidades de vida considerablemente, pero no ocurrió. Así como llegó se fue. En cambio, me quedé en mi sitio pensando con temor y confusión sobre este diálogo tan extraño y simple a la vez. Pocas entrevistas me han dejado tan profunda impresión, aunque era de esperarse, sobre todo si se tiene el honor de entrevistar, aunque sea por veinte minutos, a la distinguidísima Muerte.